Calasanz

 

UN SUEÑO, EL SUEÑO DE CALASANZ

José de Calasanz, el fundador de la primera escuela popular cristiana de Europa y de los Padres Escolapios, nació en 1557, en Peralta de la Sal (Aragón, España). Dios preparó en la persona de Calasanz a un mediador para enriquecer a su Iglesia con un nuevo don carismático. Le concedió dones naturales y el ambiente de una familia que le facilitó una excelente y larga formación cristiana y cultural.

Dios Le llamó al sacerdocio, cuyo ministerio ejerció en diversas misiones curiales y pastorales. Nueve años después de ser ordenado sacerdote, partió hacia Roma, donde caminando por el barrio más pobre de la ciudad se conmovió frente a la miseria en la que vivían los jóvenes y niños del lugar. En este marco surge su vocación. Escuchó la voz del Señor, que le dijo: «José, entrégate a los pobres. Enseña a estos niños y cuida de ellos”

 

Vida y obra

José de Calasanz, en la primavera de 1597, movido por la compasión hacia los niños pobres y abandonados visitó la vecindad romana del Trastevere y en la parroquia de Santa Dorotea descubrió una pequeña escuela parroquial, que hizo eclosionar en su corazón el camino decisivo de su vida. Funda así la «primera escuela popular y gratuita de Europa». Su meta educativa quedó resumida en el lema: “Piedad y Letras», que hoy podemos traducir como «fe y cultura». Llamó a su obra las “Escuelas Pías».

El centro de sus ideas educativas era el respeto por la personalidad de cada niño y el ver en ellos la imagen de Cristo. Por medio de sus Escuelas Pías, trató de servir las necesidades intelectuales, físicas y espirituales de los jóvenes bajo su cuidado. Calasanz fue amigo de Galileo, el destacado científico, y dio gran importancia a las ciencias y a las matemáticas, así como a las humanidades, en la educación de la juventud.

Para continuar su labor educativa fundó la Orden de las Escuelas Pías, una orden religiosa cuyos miembros, conocidos como los Escolapios, profesamos cuatro votos religiosos solemnes: pobreza, castidad, obediencia, y el de la dedicación a la educación de la juventud.

El sueño de San José de Calasanz de educar a todos los niños, sus escuelas para los pobres, su apoyo a la ciencia de Galileo, y su vida de santidad en servicio a los niños y jóvenes, le ganaron la oposición de muchos de las clases dirigentes de la sociedad y también de buena parte de la jerarquía eclesiástica. Pero Calasanz mostró una paciencia ejemplar frente a los problemas y adversidades de la vida.

Este carisma fue recibido por Calasanz, ante todo, como la aceptación de una nueva misión evangelizadora y educativa de la que participaron sus primeros compañeros; dio lugar después a una relación particular con ellos al compartir, además del ministerio, vivienda, oración y bienes en una comunidad más estable; y finalmente se expresó cuando Calasanz y un pequeño grupo de sus seguidores abrazaron una forma de vida religiosa, que consolidó y dio unidad a lo realizado y vivido hasta entonces. La Iglesia la aprobó como Congregación en 1617 y como Orden con un voto específico de dedicación a la educación de la juventud, en 1622, con el nombre de Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.

En los años sucesivos hasta su muerte, José de Calasanz promovió la expansión del carisma, cuidó atentamente la encarnación del don fundacional y lo defendió frente a experiencias e interpretaciones que no respondían a la intuición de los orígenes.

Fundador de la primera Orden religiosa dedicada específicamente a la educación cristiana popular a través de la escuela, insistió siempre en tres rasgos carismáticos de la misma, presentes germinalmente desde el principio, afirmados explícitamente en las Constituciones de 1621 y perfilados en los años de expansión y de conflicto: dar prioridad a la educación desde la infancia, a la educación de los pobres y a la educación en la piedad.

Murió en Roma el 25 de agosto de 1648, convencido de que su orden y su sueño no morirían. Y así fue, pues fue declarado santo en 1767, y el Papa Pío XII le declaró en 1948 «celestial patrono de todas las escuelas populares cristianas». El Papa Juan Pablo II afirmó que San José de Calasanz tomó por modelo a Cristo e intentó transmitir a los jóvenes, además de la ciencia profana, la sabiduría del Evangelio enseñándoles a captar la acción amorosa de Dios.

 

Carisma y Ministerio

San José de Calasanz fue encontrando progresivamente su lugar en la Iglesia, como fruto de un discernimiento en el que se mezclaron íntimamente una profunda experiencia espiritual y una clara sensibilidad ante los signos de su tiempo. En su juventud, en medio de una seria enfermedad, tomó la decisión de ser sacerdote, habiendo recibido la Ordenación Presbiteral el 17 de diciembre de 1583. Como sacerdote trabajó al lado de obispos reformadores que pretendían renovar la calidad de vida del clero a la luz de los mandatos del reciente Concilio de Trento.

En 1592 viajó a Roma para pretender un cargo eclesiástico y allí, mientras esperaba un nombramiento que tardaba años en llegar, entre una profunda oración y la contemplación de los niños pobres desperdiciando sus vidas en las calles, sintió el llamado a educarlos. Así, comenzó en la sacristía de la iglesia de Santa Dorotea, en el Trastévere romano, la primera escuela popular cristiana, como respuesta a la realidad de los niños que sin posibilidades de educación vagaban entre los peligros de las calles y como forma de corresponder al amor de Jesucristo a quien contemplaba en los mismos niños.

La intuición educativa que tuvo San José de Calasanz, la sintetizó en las palabras: “Piedad y Letras”, haciendo referencia a una educación que debía unir íntimamente la formación en la fe cristiana y la formación en la ciencia humana, particularmente en la lectura y la escritura, el latín y las operaciones matemáticas elementales. Durante varios años, Calasanz llevó adelante sus escuelas acompañado por otros sacerdotes y por laicos que colaboraban con él.

Sin embargo, la falta de estabilidad del personal docente y la necesidad de garantizar una permanencia de la obra al servicio de los niños, le fue llevando a descubrir la necesidad de formar una comunidad religiosa que se dedicara a su educación. 

En 1614 se tuvo una primera experiencia de vida religiosa con la unión entre los Luqueses y Calasanz y sus compañeros.

La unión no fue exitosa y por eso, en 1617 el Papa Paulo V aprobó la creación de una nueva comunidad religiosa fundada por San José de Calasanz: la Congregación de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.
El 25 de marzo de 1617, Calasanz y catorce compañeros suyos, emiten sus votos en la nueva congregación, añadiendo un cuarto voto de dedicación a la educación de los niños pobres. Deseando dar aún mayor estabilidad a su obra, para garantizar así la educación de los niños, Calasanz solicitó a la Iglesia que su comunidad fuera una Orden Religiosa de votos solemnes, los cuales sólo podrían ser dispensados por el Papa. Ante la negativa primera de los encargados de aprobar esta solicitud,

Calasanz escribió al Cardenal Prefecto, Miguel Ángel Tonti, un hermoso memorial en el que expresa sus intuiciones acerca de la educación de la niñez y la juventud, mostrando cómo la educación es el Ministerio más alto que puede haber en la Iglesia y el más necesitado y requerido por la sociedad. Así pues, Calasanz descubrió primero su sacerdocio, luego se sintió llamado a ser maestro de los pequeños y, por último, se consagró como religioso, en pobreza, castidad y obediencia, al ministerio de educar a los niños, preferentemente los pobres. 

La vida de nuestro Fundador marca la vivencia de nuestro Carisma y Ministerio.

En cuanto actividad apostólica, los Escolapios – tanto los religiosos como los laicos – nos dedicamos a la educación en Piedad y Letras de la niñez y juventud, con una preferencia explícita por los niños y jóvenes pobres o en situación de vulnerabilidad. Esta labor educativa ha evolucionado a lo largo de los siglos, incorporando los desarrollos progresivos de la ciencia pedagógica, teniendo que adaptarse a las diversas legislaciones educativas de los países donde estamos presentes y respondiendo con creatividad e innovación ante los desafíos que nos plantea la realidad de los niños y jóvenes en cada momento.

Así pues, como en los primeros tiempos seguimos trabajando en la Escuela Formal, pues reconocemos que ésta es un lugar privilegiado para el ejercicio de nuestro Ministerio; pero realizamos también muchas otras labores educativas no formales, al mismo tiempo que ponemos nuestro sello escolapio y nuestro amor por la niñez y la juventud en actividades pastorales, parroquiales, misionales o culturales.

Hoy nuestro Ministerio desborda el marco escolar y se hace presente en la pastoral de conjunto, en la vida parroquial, en el trabajo con las familias, incluso en la atención a inmigrantes, a niños de la calle, a jóvenes con problemas de adicciones o delincuencia. En diversos lugares, con diferentes estrategias, con una gran variedad de actividades, permanece de fondo la misma intuición calasancia, responder a las necesidades de los niños y jóvenes, con una acción educativa integral, una acción educativa que atiende a la persona completa y que la forma tanto con la ayuda de la ciencia y de los conocimientos humanos, como con la plenitud que concede la vivencia profunda de la fe cristiana.

Ahora bien, en cuanto seguimiento de Cristo y vivencia de nuestra unión íntima con el Maestro, los Escolapios –los religiosos por nuestra profesión de votos y los laicos invitados a vivir con nosotros su consagración bautismal– no sólo desempeñamos una labor ministerial, sino que vivimos como carisma, es decir como inspiración del Espíritu, el contemplar y servir a Jesucristo en los niños y jóvenes, especialmente en los pobres.

Siguiendo la espiritualidad que recibimos de nuestro Fundador, contemplamos en los niños el rostro de Cristo, llevamos una intensa vida de oración para unirnos más a Él y servirlo mejor en ellos, asumimos los votos como imitación del Maestro y disponibilidad para vivir el Reino de Dios como valor absoluto e incluso ejercemos nuestro sacerdocio como auténtica paternidad espiritual. Todo esto lo realizamos apoyados en una viva devoción mariana, para, a ejemplo de María que cuidó y educó a Jesús en su niñez, dedicar nuestras vidas a ser amparo y protección de los niños, como verdaderos ángeles custodios de ellos.

Todo esto lo sintetizó nuestro Santo Fundador en la expresión «cooperadores de la verdad». 
Los últimos Capítulos Generales y los documentos de la Orden han sintetizado nuestra Misión en la expresión «evangelizar educando». Pues bien, nosotros, habiendo sido alcanzados por Jesucristo y habiendo nacido a una nueva vida por Él, anunciamos su Buena Noticia a los niños y a los jóvenes, sirviéndonos de todas las posibilidades que nos da la educación, aprovechando todos los momentos de la escuela y de las diferentes acciones formativas que desempeñamos, para que ellos se dejen alcanzar por quien nos alcanzó a nosotros y en Él nazcan a la Vida Eterna.

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